lunes, 14 de enero de 2013

INTRODUCCIÓN A LOS CAPÍTULOS 2 Y 3: LAS SIETE IGLESIAS, ÉFESO

Las Siete Iglesias del Apocalipsis

Introducción.

Las siete ciudades a cuyas iglesias Juan escribió sus bien conocidas cartas desde la isla de Patmos, estaban en el Asia Menor occidental. Dos de ellas, Efeso y Esmirna, eran grandes ciudades portuarias; y tres, Tiatira, Filadelfia y Laodicea, como eran centros industriales y comerciales de las zonas en donde estaban situadas, disfrutaban de gran prosperidad e importancia económica. Sardis y Pérgamo habían sido anteriormente capitales de poderosos reinos, y aún tenían gran influencia política en el tiempo de Juan. Toda la zona en la cual estaban las siete iglesias del Apocalipsis, es rica en recuerdos históricos del período de los comienzos del cristianismo y desempeñó un papel importante en la historia antigua. En este breve capítulo sólo se pueden mencionar unos pocos de los hechos históricos más destacados.

La mayor parte de las ciudades costeras del Asia Menor occidental fueron fundadas por tribus de Anatolia; pero los colonizadores griegos se apoderaron de ellas desde muy antiguo. Por esta razón la Anatolia occidental tuvo una cultura fuertemente helenizada por muchos siglos. Durante los siglos VII y VI a. C., el poderoso reino de Lidia, que predominó sobre más de la mitad del Asia Menor, tuvo su capital en Sardis, una de las siete ciudades del Apocalipsis. Este reino cayó en manos de los persas cuando Ciro derrotó a Creso, y en 547 a. C. tomó su capital fortificada aunque se la consideraba inexpugnable. Durante los dos siglos siguientes los griegos de la zona costera del Asia Menor occidental lucharon continuamente contra el dominio persa, aunque no con mucho éxito, hasta que Alejandro Magno los liberó de su yugo. Durante el período helenístico, que siguió a la muerte de Alejandro, nuevamente hubo mucha actividad bélica. En ese tiempo se estableció el rico reino de Pérgamo, Estado que predominó en aquella zona durante casi 150 años, hasta que fue conquistado por Roma en el siglo II a. C. Durante más de cuatro siglos Roma administró esta región, a la que llamaba la "Provincia de Asia", con Pérgamo como su capital política.

Durante este tiempo disfrutaron de su máxima gloria y riqueza algunas de las ciudades cuyos nombres son bien conocidos para nosotros gracias al libro del Apocalipsis. También experimentaron un formidable cambio religioso cuando el paganismo dio paso a la religión cristiana. El primer misionero cristiano que probablemente llevó el Evangelio al Asia Menor occidental fue el apóstol Pablo. Visitó varias veces algunas de sus ciudades durante sus diversos viajes misioneros (Hech. 18: 19; 19: 1; 20: 17; 1Tim. 1: 3), y vivió en una de ellas, en Efeso, durante tres años (Hech. 20: 31). Desde esa ciudad el Evangelio se propagó rápidamente a otras partes importantes del Asia Menor occidental. Las iglesias de por lo menos dos de las ciudades de esta zona fueron favorecidas directamente con cartas personales de Pablo: Colosas, Efeso (ver la Introducción a Efesios) y Laodicea (Col. 4: 16). Otra iglesia de esa zona se menciona en forma específica: Hierápolis (Col. 4: 13).

Efeso posteriormente se convirtió durante muchos años en el centro de una gran actividad ministerial de Juan, hasta que su obra fue detenida debido a la persecución que sufrieron los cristianos durante el reinado de Domiciano a fines del siglo I. El anciano apóstol fue torturado y después desterrado a Patmos, en el mar Egeo (ver pp. 86-90). En esa Patmos volcánica y rocosa, que está sólo a unos 55 km de la costa del Asia Menor y a unos 80 km de Efeso, fue donde Juan contempló en visión la historia de la iglesia cristiana a través de los siglos hasta el fin del tiempo- Fue allí donde recibió los mensajes divinos para las siete iglesias (Apoc. 2; 3).

Después de que los apóstoles y otros misioneros establecieron un firme fundamento en el siglo I d. C., el Asia Menor se convirtió en un baluarte del cristianismo durante muchos siglos. Algunos famosos padres de la iglesia fueron oriundos del Asia Menor, y allí se celebraron varios importantes concilios eclesiásticos. Sin embargo, el cristianismo oriental gradualmente perdió su vigor espiritual, con el resultado de que no pudo resistir los decididos ataques de diversos invasores no cristianos, quienes de tanto en tanto penetraron en el Asia Menor durante la Edad Media y finalmente se apoderaron de toda esa región en forma permanente. Los últimos de ellos fueron los turcos, que no sólo ocuparon el territorio sino que, como musulmanes, erradicaron en forma tan completa el cristianismo que, aunque se pueden encontrar ruinas de iglesias cristianas en la mayoría de las ciudades, sólo hay unos pocos santuarios cristianos que aún están en uso hoy día.

Las ciudades de las siete iglesias de Apocalipsis 2 y 3 están relativamente cerca una de la otra. Si se las visita en el orden en que aparecen los mensajes, la distancia nunca supera 100 km entre una y otra. Se puede perfectamente seguir hoy esta ruta. La distancia entre Pérgamo, la iglesia más al norte, y Laodicea, la que está más al sur, es de algo más de 200 km en línea recta. Ver el mapa frente a la p. 33 del t. VI. Desde los tiempos más antiguos han existido caminos transitables para comunicar las siete ciudades, y durante el período persa se construyeron excelentes rutas, según lo atestiguan autores clásicos. Los romanos, que eran conocidos durante toda la antigüedad como grandes constructores de caminos, también mejoraron y extendieron el sistema de rutas que ya existía. Por lo tanto, eran comparativamente buenas las condiciones para viajar entre las siete iglesias durante el período apostólico. Pero después de la caída del Imperio Romano los caminos fueron descuidados. Los viajeros se han quejado durante siglos por las malas condiciones de las carreteras del Asia Menor, lo que hacía que los viajes fueran sumamente difíciles y cansadores. Hoy en día las rutas y las comodidades de viaje son excelentes.

El Asia Menor occidental es una región favorecida por la naturaleza. Su proximidad al mar Mediterráneo le proporciona un clima relativamente suave. Las ciudades costeras como Efeso, Esmirna y Pérgamo, disfrutan de un clima agradable todo el año. Las ciudades de tierra adentro como Laodicea y Filadelfia, aunque participan en cierta medida del clima continental de la altiplanicie de la Turquía central, con algo de nieve en el invierno, sin embargo están suficientemente próximas al Mediterráneo para beneficiarse con sus vientos templados durante la mayor parte del año. La región es montañosa y en algunas partes muy escabrosa. Abunda la agricultura. Se producen frutas propias de los climas frescos, como damascos, manzanas y fresas, y también aceitunas y dátiles, productos típicos de la zona del Mediterráneo.

Esta región es regada por una cantidad de ríos de un caudal regular, algunos de los cuales se han hecho famosos en la historia antigua; uno de ellos es el río Meandro, que sigue un curso tan sinuoso al correr hacia el mar, que su nombre se ha inmortalizado en la palabra "meandro", la cual se aplica a las curvas o sinuosidades de los ríos, como las del jordán, en Palestina.

I. Efeso.

La iglesia cristiana de Efeso fue la primera a la cual Juan dirigió una carta desde su destierro en la isla de Patmos; pero la ciudad era también muy importante por otras circunstancias. Efeso compartía con Antioquía de Siria y Alejandría, en Egipto, el honor de ser una de las ciudades más grandes e importantes del mundo oriental en el Imperio Romano. Pero su mayor honor era que tenía el Artemision, uno de los templos más grandes y más famosos de la antigüedad, dedicado a la diosa Artemisa, que los romanos llamaban Diana.

Efeso, a diferencia de otras ciudades famosas del Asia occidental, se encuentra ahora en ruinas; su lugar está abandonado. En su vecindad se halla el pueblo turco antes llamado Aya Soluk, desbastación fonética de Hágios Theólogos, "el santo teólogo", título que primero se le dio a Juan y más tarde al pueblo. El nombre actual del pueblo es Selyuk. Se encuentra a unos 75 km de lzmir, la antigua Esmirna, y se puede llegar a él por carretera o por ferrocarril.

En Selyuk se ven las ruinas de un viejo acueducto que antiguamente proporcionaba agua a Efeso. Al oeste de la aldea está el monte sagrado de Efeso, cuya cima ahora se halla ocupada con las ruinas de la fortaleza de Aya Soluk. Dentro de los muros de la fortaleza se encuentran las ruinas de la basílica de San Juan el Teólogo. Originalmente sólo había una capillita en ese sitio, donde según la tradición fue sepultado Juan; pero el emperador Justiniano (527-565 d. C.) construyó en su lugar una magnífica basílica de unos 110 m de largo. Esta iglesia era superada en belleza y dimensiones únicamente por la de Santa Sofía, en Constantinopla. Lamentablemente, como muchas otras del Asia Menor, ahora se halla en ruinas, y de sus paredes y columnas de mármol sólo quedan pedazos.

Al sudeste de la basílica de San Juan están las ruinas de la monumental mezquita del sultán Isa I, edificio de 60 por 53 m, que fue construido en el siglo XIV. Cerca de esta mezquita estaba el famoso Artemision, que ahora es una profunda depresión que en ciertas épocas del año está llena de agua. Si no fuera porque el Servicio de Antigüedades ha colocado allí un cartel para hacerles saber a los turistas que ése es el lugar donde estuvo el gran templo de Diana, la mayoría de los visitantes pasarían por allí sin reconocer el sitio donde una vez estuvo uno de los edificios más importantes de la antigüedad.

Este templo fue destruido en forma tan completa, que hasta el lugar donde había estado cayó en el olvido. J. T. Wood hizo excavaciones en Efeso por cuenta del Museo Británico, de 1863 a 1874, en las que gastó unos 80.000 dólares. Su principal meta era encontrar el Artemision, y lo logró después de varios años de búsqueda y de haber removido unos 100.000 metros cúbicos de tierra; pero sólo descubrió las piedras de los cimientos del gran edificio, sepultadas bajo unos 7 m de escombros y tierra. Wood también descubrió que el templo descansaba sobre una plataforma, a la que se subía por una escalinata circular de diez peldaños. El templo tenía 110m de largo y 55 m de ancho, y cubría cuatro veces la superficie del famoso Partenón de Atenas. Tenía 117 columnas (Plinio dice erróneamente 127) con una altura de unos 20 m y unos 2,15 de diámetro cada una. En 36 de ellas había esculturas de figuras humanas de tamaño natural.

Por registros antiguos sabemos que el anterior templo de Diana estuvo en construcción durante 120 años antes de que fuera terminado entre 430 y 420 a. C. Se dice que este edificio fue destruido en el año 356 a. C., la noche en que nació Alejandro Magno, y luego fue reedificado con mayor esplendor que antes. La famosa estatua de Artemisa, diosa de la caza y de la fertilidad, estaba en el santuario interior del templo. Algunos antiguos escritores afirman que estaba hecha de madera negra cubierta parcialmente de oro, pero dejando al descubierto cabeza, brazos, manos y pies. Otros, como el escribano de la ciudad de los días de Pablo (Hech. 19: 35), afirmaban que había descendido del cielo, por lo que algunos eruditos deducen que fue construida con la piedra negra de un aerolito. Cualquiera que haya sido el material, la estatua era un símbolo de la fertilidad, por cuya razón su cuerpo estaba cubierto con muchos pechos.

La fama del Artemision se debió a muchos factores. Sus dimensiones y la belleza de su arquitectura lo convirtieron en uno de los más magníficos edificios de la antigüedad. Los antiguos lo incluían entre las siete maravillas del mundo. Además, numerosas estatuas y otras obras de arte, fruto de los más famosos artistas del mundo griego, estaban en el Artemision y aumentaron su fama. Muchos reyes y personas ricas donaron obras de arte para este templo como regalos consagrados a él. En el predio del templo se celebraban numerosos festines relacionados con el culto de Diana. Estas eran ocasiones en las que se comía y bebía con desenfreno y se practicaba la más crasa inmoralidad. La más espectacular de esas festividades duraba varios días durante el mes de artemisio (marzo-abril), que era dedicado a Artemisa. Durante ese mes llegaban muchos visitantes a la ciudad, y probablemente fue en esta ocasión cuando se produjo el tumulto contra Pablo (ver Hech. 19). El templo también era conocido como un lugar que concedía el derecho de asilo a los fugitivos políticos, privilegio sumamente estimado en la antigüedad. Además, uno de los bancos más ricos y más hábilmente administrado de la época pertenecía a los sacerdotes de este templo. El resultado era que grandes sumas de dinero se depositaban en sus bóvedas.

Por lo tanto, es fácil entender que cualquier esfuerzo por socavar la autoridad y la fama de esta institución encontraría una oposición muy decidida de los habitantes de Efeso y de todos los interesados en perpetuar su sistema. En antiguas inscripciones y también según las palabras del "escribano" ( "magistrado" , BJ) de Efeso, la ciudad era llamada neÇkóros "guardiana del templo" (Hech. 19: 35) o "custodio" de la gran Artemisa, título del cual los efesios estaban muy orgullosos. Por eso se produjo un gran tumulto cuando debido a la predicación de Pablo disminuyeron los ingresos de los que se ganaban la vida haciendo templecillos y estatuillas de Artemisa (Diana).

Aunque Pablo, que había pasado casi tres años trabajando en Efeso, salió de allí poco después del tumulto, la semilla que había sembrado produjo una abundante cosecha, y dos siglos más tarde toda la zona había recibido el cristianismo (ver mapa frente a p. 33); por lo tanto, el templo de Diana perdió su significado, y cuando fue incendiado por los godos en 262 d. C., se había reducido tanto su influencia que no fue reedificado. Sus columnas de mármol fueron derribadas y se usaron en la edificación de iglesias cristianas, algunas de ellas tan distantes como Constantinopla. Lo que quedó de esa gran maravilla del mundo fue usado por la población local como material de construcción. Sus grandes bloques de mármol fueron recortados y usados en la construcción de casas, o quemados y convertidos en cal. Finalmente todo el lugar quedó cubierto con escombros, y se olvidó por completo su ubicación hasta que Wood la volvió a descubrir en los tiempos modernos.

A corta distancia al sur del lugar del Artemision comienza el lugar de las ruinas de la ciudad, la más grande del Asia Menor en los días del apóstol Pablo. Basándose en los datos disponibles se ha estimado que Efeso tenía en el siglo II a. C. una población de 225.000 habitantes. La ciudad creció mucho durante el período romano.

La antigua Efeso, situada en la margen izquierda del río Caistro y en una pequeña bahía que formaba un puerto natural, era un importante centro comercial. No debía su importancia al Caistro, que no era el más largo ni el más importante río del Asia Menor occidental, sino a su ventajosa posición geográfica entre dos importantísimos ríos que regaban una rica región agrícola: el Meandro al sur y el Hermos al norte. Por eso muchas prósperas empresas de negocios estaban radicadas en Efeso, y su activa vida económica hacía de la ciudad una de las más ricas de la antigüedad.

Partiendo del Artemision, los visitantes entraban antiguamente en la ciudad por la puerta de Koresso, de la que sólo quedan algunos restos. Cerca están las ruinas del estadio y las del gimnasio de Vedio; en las ciudades griegas grandes había varios gimnasios en donde los jóvenes practicaban para los juegos atléticos.

Al continuar por el camino moderno que pasa por la ciudad antigua, pronto se llega al gran teatro, muy bien conservado, quizá el más grande del Asia Menor. Era un edificio monumental cuyas 66 hileras de asientos estaban construidas en la ladera occidental del monte Pion. Tenía capacidad para 24.500 espectadores sentados. El lugar de la orquesta tenía un diámetro de unos 35 m y el semicírculo de las gradas cerca de 200 m de diámetro. El escenario se ha derrumbado; pero las columnas que lo sostenían todavía están en pie así como partes de su tallada pared posterior, que en la antigüedad tenía tres pisos de altura. Este gran anfiteatro, donde se celebraban reuniones políticas, fue el escenario del tumulto contra el apóstol Pablo, vívidamente descrito en Hech. 19: 23-41. Cada vez que tenía que tomarse una decisión importante, la gente iba al teatro para oír el debate y dar a conocer sus pareceres ante las autoridades. Ver t. VI, ilustración frente a p. 353.

La construcción de los asientos de un teatro en la ladera de alguna colina o montaña, simplificaba la construcción y también mejoraba muchísimo la acústica. Desde la hilera más alta de los asientos del teatro se tiene una excelente y rápida visión de las ruinas de la ciudad antigua y sus alrededores. Al norte se halla el curso sinuoso del río Caistro. Un poco más cerca, parcialmente ocultas por árboles y arbustos, están las macizas ruinas de la iglesia de Santa María, en la cual se celebraron dos famosos concilios eclesiásticos: el del año 431 d. C., que oficialmente declaró a María como la madre de Dios, y el llamado "Latrocinio de Efeso" del año 449 d. C.

Al pie del teatro comienza la Arcadiana, calle de 11 m de ancho, la principal vía de unión entre el centro de la ciudad y el antiguo puerto al oeste. Su blanco pavimento de mármol brilla a la luz del sol. Una inscripción indica que esta vía era iluminada de noche con lámparas colgadas de sus columnas. Al final de la Arcadiana, donde antiguamente estaba el puerto, hay ahora campos verdes, más fértiles que cualesquiera otros de las proximidades, pues están formados por tierra de aluvión llevada por el Caistro. La actual costa del mar Egeo queda a unos 5 km hacia el oeste. La obstrucción del puerto con los sedimentos, que los antiguos no pudieron evitar a pesar de sus diligentes esfuerzos, fue una de las razones de la decadencia de Efeso como importante ciudad mercantil y de su abandono final.

Hacia el oeste, detrás del antiguo puerto, se levanta la colina de Astiages, en cuya falda hay una estructura que la tradición indica como la prisión de Pablo; sin embargo, no hay pruebas suficientes para creer que el apóstol estuvo alguna vez encarcelado en Efeso. Hacia el sur está el monte Koressos, donde se hallan las ruinas del muro helenístico, de unos 11 km de largo, que era el límite sur de la ciudad.

En el valle entre el monte Koressos y el monte Pion están las ruinas de los edificios públicos de la ciudad antigua. Entre ellas están la gran ágora o "plaza del mercado", el Serapeum (Serapeo), templo dedicado al dios egipcio Serapis, la biblioteca de Celso, extensos baños romanos, acueductos que traían agua a la ciudad desde las montañas, el odeón, "un pequeño salón de conciertos" y otras ruinas. La calle principal, llamada hoy Curetes, iba desde el centro comercial al centro cívico. Sus columnas y monumentos muestran claramente la cultura de los tiempos de Juan.

El ágora o mercado era el centro de la vida social y económica de toda la ciudad antigua, y las dimensiones del ágora de Efeso, de la cual se han excavado sólo partes, muestran cuán importante debe haber sido la ciudad. Por todos lados estaba circuida por aceras con columnas, detrás de las cuales estaban los negocios. Se han excavado una cantidad de esas construcciones y algunas hasta se han reconstruido, de modo que el visitante moderno puede tener una idea de su aspecto interior. ¡Pero qué contraste entre el pasado y el presente! Ese lugar fue una vez el activo centro de una populosa ciudad en la cual el visitante veía bellos edificios y hermosas estatuas y también una vida metropolitana activa. Ahora se ven columnas rotas, trozos de paredes y montones de tierra y de escombros que todavía no se han excavado. La vida activa y bulliciosa que una vez llenó este centro de una de las más grandes ciudades del Medio Oriente, ha desaparecido. En el ágora se ha reconstruido un gran arco de piedra erigido por dos libertos de Agripa en honor del emperador Augusto. La inscripción o dedicación llama a Augusto pontifex maximus, o sea sumo sacerdote del imperio, título que más tarde se atribuyeron los obispos de Roma.

Al sur del ágora están las ruinas de la famosa biblioteca de Celso, que llegó a rivalizar en importancia con la de Alejandría. Consistía en una sala de conferencias y un cuarto de lectura rodeado por pequeños recintos donde se guardaban los manuscritos costosos. El visitante moderno se siente impresionado por las ruinas de esta famosa biblioteca, fundada en el tiempo del ministerio de Juan por uno de los más ricos ciudadanos de Efeso. En Selyuk hay también un interesante museo donde se pueden apreciar dos estatuas de mármol de Diana, halladas en las excavaciones de la antigua Efeso.